- La autora, estudiante de la Facultad Libre de Derecho de Monterrey, aborda en este artículo un tema tabú: la necesidad de promocionar en la universidad la salud mental de los estudiantes para formar mejores profesionistas
Rara vez asociamos el término «compasión» con la figura de un abogado.
Nuestra educación nos inculca la necesidad de despojarnos de nuestra identidad personal para adoptar cualidades de ambición, competitividad, tenacidad y firmeza. Nuestro día a día implica trazar estrategias, satisfacer a los clientes y cumplir con la promesa de buscar la justicia en cada acción, pero nunca se nos anima a ser vulnerables.
A lo largo de nuestra carrera, no aprendemos a ser amables, a reconocer debilidades o a aceptar la cruda realidad. En ningún momento de nuestra carrera se nos enseña a ser gentiles, o débiles, o aceptar la cruel realidad.
Una encuesta realizada por la Barra Americana de Abogados reveló que el 41 por ciento de los estudiantes no habla sobre su salud mental, el 18 por ciento ha sido diagnosticado con depresión durante su tiempo en la carrera y el 6 por ciento ha considerado el suicidio.
A pesar de estas estadísticas, sigue habiendo poco entendimiento y apoyo por parte del personal educativo. El estudio del derecho es innegablemente desafiante y exigente, pero mantengo firmemente la creencia de que ninguna institución académica debería empujarte al punto de querer quitarte la vida.
A menudo, las facultades de derecho se enfocan tanto en la excelencia académica que rara vez cuestionan el costo. La innovación en nuestra disciplina debe ir de la mano con el bienestar de quienes la estudian. No es necesario una revolución completa en la dinámica educativa, sino más bien la implementación de mejores recursos y apoyo psicológico para los estudiantes.
Los docentes deben comprometerse a comprender y familiarizarse con las circunstancias de sus alumnos, para luego alentar su crecimiento. Desafortunadamente, esto no siempre sucede. Bajo la intensa presión académica, los estudiantes, en su afán por cumplir las expectativas de los profesores, pueden perder de vista su propio bienestar.
Como muchos de mis compañeros, dependo de medicamentos para manejar mi salud mental. Padezco TLP y TDAH, condiciones con las que he vivido la mayor parte de mi vida y que apenas han sido tratadas. En incontables ocasiones he tenido que soportar los efectos secundarios de mis medicamentos y lidiar con los síntomas de mis condiciones, y esto no siempre ha sido recibido de manera comprensiva y frecuentemente, recibo comentarios negativos sobre mi salud, considerados como problemas personales que se sugiere mantenga para mí misma, y en el peor de los casos, hasta burlas. A pesar de todo esto, he entregado más de lo que puedo solo para alcanzar lo mínimo.
La labor educativa no concluye cuando suena la campana. De la misma manera en que el abogado tiene un juramento hacia la justicia, el educador y la institución también deben cumplir su juramento de formar profesionales íntegros, honestos y, sobre todo, saludables.
Por lo tanto, hago un llamado a que el cambio en la educación jurídica no se limite al aula, sino que se expanda más allá de ella. Capacitar al cuerpo docente en la realidad psicológica que se esconde detrás de preguntas como la diferencia entre derecho privado y público.
La promoción de la salud mental en la educación legal no solo beneficiará a los estudiantes, sino que también contribuirá a formar abogados más conscientes y empáticos en el futuro.