A pesar de la tecnología, aún no hay algoritmos que midan el alma, la curiosidad, la intuición y la creatividad; nada que se base en no tratar al ser humano como lo valioso que es, tiende a perdurar
- Habermas plantea en la teoría de la acción comunicativa que existe una acción y un lenguaje, pero también inteligencia cultural
- La tecnología con su velocidad ha develado algo que se refleja en el actuar humano: la fragilidad de la empatía
La lámpara y la rosa.“La formación y la experiencia son necesarias para saber cómo observar y qué observar; cómo pensar y qué pensar”, Florence Nightingale.
Entre 1853 y 1856, durante la guerra de Crimea, los soldados presentaron cuadros deplorables de salud, por lo que Gran Bretaña recurrió a una destacada enfermera: Florence Nightingale, también llamada “la dama de la lámpara” por sus sigilosas rondas nocturnas en los hospitales.
Durante el verano de 1855 murieron más de 4 mil soldados por cólera, disentería y tifoidea principalmente. A su llegada, Nightingale puso en marcha medidas de higiene y ventilación en centros de salud las que las muertes se redujeron casi de inmediato.
Mediante el diagrama de la rosa y una metodología estadística y de análisis, la enfermera demostró que la falta de higiene mataba más personas que las balas. Contabilizó minuciosamente los padecimientos prevenibles y encontró que 16 mil de 18 mil soldados murieron debido a condiciones insalubres.
Cuando la guerra terminó, Nightingale convenció a la reina Victoria de implementar reformas sanitarias en hospitales y estas se convirtieron en orden real en 1856. Este diagrama y esta metodología salvaron vidas.
El dilema, la acción y la aldea global. “La mano que escribió una página, construyó una ciudad”, Marshall McLuhan.
En 2020, Netflix presentó El dilema de las redes sociales, que reavivó la polémica de fenómenos emergentes que por décadas han sido objeto de estudio de científicos sociales. Este documental sostiene que basta con hacer unos cuantos clicks para que, por medio de la recopilación de datos, Facebook sepa todo de nosotros.
Algunos cuestionamientos al planteamiento de lo manipulables que podríamos ser los usuarios de redes sociales son: ¿qué tan reales y transparentes son los gustos que se comparten, ¿los gustos más ocultos o culpables definen más que lo que se muestra?, ¿realmente se pueden predecir todos los comportamientos sólo para incrementar ventas? La complejidad del ser humano es más que un like, que un angry; más que un retweet o una historia que se pulveriza en 24 horas, según sostienen las teorías de la comunicación.
Jürgen Habermas plantea en la teoría de la acción comunicativa que existe una acción y un lenguaje, pero también inteligencia cultural. Hoy más que nunca las personas son libres de informarse, cuestionar y poner en marcha el conocimiento compartido desde la pluralidad.
Por otro lado, Marshall McLuhan expuso en La aldea global que las tecnologías aceleran el proceso y envío de mensajes y, por lo tanto, la velocidad de las interacciones. En el fondo los seres humanos siguen siendo contradictorios, complejos, ambivalentes, emocionales, impulsivos, producto de contextos culturales y de historias de vida que ninguna máquina ni un algoritmo podrían replicar.
Aún no hay algoritmos que midan el alma, la curiosidad, la intuición y la creatividad. Podrían acercarse lo más posible a la certeza, pero cuando estén cerca, la realidad humana ha cambiado ya.
Los datos son poderosos, sí; hay quienes los consideran el verdadero petróleo. Hay más que nunca, por supuesto, además de una cantidad de herramientas, capacidad y tecnología para procesarlos, almacenarlos, compararlos y analizarlos.
El big data solía ser una técnica relacionada con la economía y ahora los anunciantes la utilizan para predecir tendencias de consumidores. Pero detrás de este complejo trabajo siempre está la mano de personas capaces de correlacionar, pensar y accionar para después medir y comparar. Florence Nightingale resolvió problemas reales con inteligencia, disciplina y empatía, más que con tecnología, y eso es el verdadero petróleo.
El espejo y la normalización. “La máquina la hace el hombre, y es lo que el hombre hace con ella”, Jorge Drexler.
A pesar de todo, cualquier día puede presentarse alguna situación atípica y hasta escalofriante, como en Black Mirror.
La ciencia ficción ha puesto sobre la mesa escenarios catastróficos que sucederían bajo circunstancias cercanas y unos cuantos que ya han ocurrido. La tecnología con su velocidad ha develado algo que se refleja en el actuar humano: la fragilidad de la empatía.
La tecnología, aunque sea usada con fines comerciales, debe tener un por qué y un para qué siempre en pro del ser humano. La velocidad de la vida digital trae consigo la depreciación de las emociones.
El algoritmo sugiere un juego de copas y es útil, pero lo valioso es tomar el vino con alguien.
El método de la curiosidad.“La curiosidad es la voluntad de no darse nunca por vencido”, Stephen Hawking.
Como seres biológicos, sociales, espirituales y psicológicos, corresponde hacer preguntas, dar vida y sentido a conocer, explorar, saber, comprender y compartir lo aprendido. Existe la velocidad y no hay dimensión de cuánto más conectada estará la aldea global.
El ser humano dota de sentido a la tecnología. Ha hecho que décadas de inteligencia se resuman en el click de un cinturón de seguridad de un avión para volar y todo partió de la curiosidad, petróleo invaluable y motor de la resolución.
La honestidad irradia y deslumbra. La generosidad y la verdad son mucho más que un número o un embudo de conversión con una serie de cuatro o cinco pasos para que el cliente compre un aparato para ejercitarse, o un viaje a Las Vegas.
Nada que se base en no tratar al ser humano como lo valioso que es, tiende a perdurar. De qué sirve tener datos si no hay una mente que los traiga a situaciones reales, arriesgadas, fuertes, rebeldes, responsables, éticas y heroicas.
Si algo deben envidiar los robots es la curiosidad y el ímpetu de constante búsqueda. La capacidad de encontrar lo que estaba invisible, de no permanecer indiferentes y de dejar un mundo mejor.
Sobre la autora: Grisel Anaya es periodista, científica social y profesora de géneros periodísticos.