- La autora explica cómo ser docente en una escuela de derecho es una experiencia altamente vulnerable, enfrentando tensiones entre la forma tradicional de enseñar y las demandas cambiantes del mundo actual.
Hace ya varios años que me dejé envolver por el mundo de la educación jurídica, un universo alterno que genera una convicción sobre el poder transformador de la educación. Y es que dentro del mundo de la abogacía, dedicarse a la educación en México implica desarrollar un carácter muy especial, diría yo, de total vulnerabilidad.
Me atrevo a decir con contundencia que hay pocas cosas más vulnerables que ser docente en una escuela de derecho.
Krishnamurti decía que «La sabiduría no es una acumulación de recuerdos, sino una suprema vulnerabilidad a lo verdadero», y coincido; las personas más sabias son las que no tienen miedo de sentirse vulnerables.
Sin embargo, hay una resistencia estructural a seguir enseñando derecho sin mostrar esa tan sabia vulnerabilidad.
Pero, ¿cómo no tener esa resistencia estructural? Si el gremio de la abogacía, el propio lenguaje, las estructuras rígidas y jerárquicas de la profesión, y por supuesto, las metodologías de enseñanza heredadas, crean un escenario de tabúes sobre la vulnerabilidad docente. «Quienes enseñan derecho no se equivocan, no se bajan de la tarima ni dejan de usar la barrera del escritorio, muestran solo sus casos exitosos, transmiten terror en las aulas para que los estudiantes se acostumbren a su futuro laboral…».
En este breve artículo -que es más bien una proyección personal que otra cosa- quisiera compartir tres tensiones que he recogido a lo largo de los años en este camino apasionante de la educación jurídica y que, en gran medida, encuentro como un común denominador al miedo a la vulnerabilidad.
Y pensé en las tensiones porque es precisamente ahí, en el centro de dos fuerzas opuestas, donde se encuentra la educación jurídica.
Tensión 1. Cómo funciona el mundo vs. Cómo enseñamos
No es novedad que la enseñanza jurídica insiste en acentuar la incompatibilidad entre cómo ha evolucionado el mundo -y con él los problemas sociales- y, por el contrario, no evoluciona la manera de enseñar. Seguimos siendo docentes de derecho que centran su enseñanza en la cátedra, la lectura dirigida o el método socrático. Pero se nos olvida que hoy las demandas laborales exigen profesionales que tomen decisiones, que opinen, que diseñen propuestas de solución. También se nos olvida que quienes ingresan a las escuelas de derecho reciben mucha más información en menos tiempo -y caracteres- y sus procesos cognitivos para aprender son distintos a los de quienes estudiaron sin redes sociales ni tecnología 24/7.
Tensión 2. Mantener la exclusividad vs. Las demandas laborales interdisciplinarias
Es absurdo pretender que se mantenga un claustro docente exclusivo conformado solo por abogadas y abogados. ¿Acaso no se necesitan especialistas en comunicación para la mediación, psicología para el estudio de perfiles o administración para el manejo y gestión de recursos? No podemos pretender que el claustro se haga cargo de todo, pero tampoco veo responsable repetir frases como «eso solo se aprende en la práctica», pues inmediatamente hace que nos despreocupemos por implementar programas académicos experienciales, interdisciplinarios o de empoderamiento estudiantil.
Nuevamente, hay una presión por tener claustros poco vulnerables, que lo sepan todo, que no necesiten de otras profesiones.
Tensión 3. La responsabilidad curricular vs. La responsabilidad moral
Un gran número de docentes de derecho imparten clases sin preparación pedagógica previa. Por un lado, es natural que, al no tener una formación en didáctica, enfrenten retos vinculados a la planeación, implementación y evaluación de sus asignaturas.
Y por otro lado, el ejercicio profesional de la gran mayoría se desarrolla fuera de la academia y dedican tiempo adicional a la enseñanza. Esto impide, naturalmente, que tengan tiempo para algo más que abordar el temario comprometido. ¿Qué hay entonces de ir más allá que la transmisión de conocimientos? ¿Qué tanta conciencia tiene el profesorado de que en sus manos está la formación de las y los futuros abogados? ¿A qué hora hay tiempo para pensar en la responsabilidad moral de la docencia y su impacto en la construcción de una sociedad más justa?
Y precisamente sobre estas tres tensiones reflexionamos en las clases de la Especialidad en Educación Jurídica del CEEAD, llegando a una de tantas conclusiones: hay aprendizajes mucho más importantes que sembrar en el alumnado de derecho. Mucho más allá de aprenderse los códigos, los procesos o incluso saber cómo aplicarlos en la práctica.
¿Qué aprendizajes queremos dejar entonces a quienes estudian derecho? ¿Qué tipo de conocimientos y prácticas queremos que repliquen una vez que se gradúen? Mientras más vulnerables seamos, más evidenciamos la verdad, más espacios de igualdad, confianza y seguridad generamos en nuestras y nuestros estudiantes.
Ya lo decía Mario Benedetti: “Hay menos tiempo que lugar, no obstante, hay lugares que duran un minuto y para cierto tiempo no hay lugar”.
Esta frase me encanta porque me hace recordar dos cosas: 1) que dentro del aula, cada segundo cuenta. Cada frase, cada mueca, cada mensaje impacta en la formación de un estudiante, de una futura abogada; 2) y que en la educación, el tiempo es relativo.
Tal vez una clase dure tres horas, pero quizás para nuestro alumnado, esa frase poderosa que dijimos en un tiempo y un espacio determinado, dure para toda su vida profesional.
¿Qué aprendizajes queremos dejar entonces a quienes estudian derecho? ¿Qué tipo de conocimientos y prácticas queremos que repliquen una vez que se gradúen? Mientras más vulnerables seamos, más evidenciamos la verdad, más espacios de igualdad, confianza y seguridad generamos en nuestras y nuestros estudiantes.
No sé ustedes, pero me gustaría entrar a las aulas pensando en que es la última clase que voy a impartir, para preguntarme: ¿qué aprendizaje quiero dejarles y que sea útil para el resto de su carrera profesional? ¿Qué quiero sembrarles en su vida personal para que logren ser abogadas y abogados transformadores de su realidad?
Pienso que la vulnerabilidad nos hace conducirnos con la verdad y de manera genuina, nos acerca al alumnado y les transmite que también pasamos por lo que están pasando, que también sufrimos como sufren, que también nos cuesta trabajo leer o entregar un ensayo, que la abogacía es difícil y a la vez apasionante.
Y también que nos equivocamos, que fracasamos y no encontramos soluciones. Pero también, que aprendemos mucho más al enseñar, porque pararse ahí, es la vulnerabilidad de la que tanto requiere la profesión jurídica.