La COP26 tiene como objetivo prioritario la revisión, actualización y seguimiento de los compromisos establecidos por los casi 200 partes que firmaron el Acuerdo de París, que en realidad representa una advertencia por décadas de contaminación ambiental y de países en disyuntiva sobre cómo revertirla.
- México figura entre los países que menos dióxido de carbono aportan al calentamiento global
- Donald Trump ordenó la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París y de las conferencias o congresos climáticos de la ONU pero Joe Biden los retomó
Ausentes en la COP26
La falta de estos presidentes a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático será significativa
- Vladimir Putin (Rusia)
- Xi Jinping (China)
- Jair Bolsonaro (Brasil)
- Andrés Manuel López Obrador (México)
El tiempo se acabó. La advertencia que décadas atrás lanzó la comunidad científica mundial sobre las consecuencias del calentamiento global está por mutar al irreversible “se los dije”.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) organizada por la ONU que se realizará del 31 de octubre al 12 de noviembre en Glasgow, Escocia, es la última llamada. ¿Atenderán los líderes políticos, la convocatoria a salvar el planeta y sus habitantes, o volverá a predominar el egoísmo y la simulación?


A nivel planetario existe el conocimiento, la capacidad y los recursos para reducir al mínimo los efectos nocivos de la industrialización, origen de la amenaza climática. Y por suerte aún queda margen de maniobra para limitar los pronósticos más fatídicos.
Entonces, ¿qué falta para solucionar de inmediato el mayor problema en la historia de la humanidad?
La importancia de la COP26
Su nombre en español es largo y complicado: 26ava Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Pero el nombre es lo de menos.
Lo relevante es que la reunión en Glasgow, conocida también como COP26, representa un paso decisivo para confirmar la supuesta buena voluntad que el mundo manifestó en 2015 en el Acuerdo de París.
La cumbre de 2021 (que en realidad es la de 2020, la cual se pospuso por la pandemia) tiene como objetivo prioritario la revisión, actualización y seguimiento de los compromisos establecidos por los casi 200 países que firmaron aquel Acuerdo.
En 2015, cada país signatario estableció su propia meta de reducción de emisiones para 2030, e indicó el año en que alcanzaría la nula emision de gases de efecto invernadero, idealmente 2050, aunque algunos se comprometieron a lograrlo hasta 2060.
El objetivo que los científicos han señalado como urgente es que el incremento de la temperatura global no supere los 2 grados, y de preferencia piden fijar la meta en máximo 1.5 grados, en relación con la temperatura previa a la era industrial. A la fecha, la temperatura ha subido 1.1 grados Celsius.
La evaluación de los compromisos fijados en 2015 y los resultados de cada país no es muy alentadora. En la mayoría de los casos, los avances han sido mínimos y, de no redoblar esfuerzos, las metas del 2030 no se van a alcanzar.
De ahí la importancia de la cumbre en Escocia, pues se busca refrendar los compromisos, elevar los objetivos y diseñar nuevas estrategias para lograr su cumplimiento.
Los 20 países con las principales economías del mundo aportan 80 por ciento de los gases de efecto invernadero que genera el planeta. Pero entre estos, los contrastes son también mayúsculos; según datos de agosto de 2020, China ocupa el primer lugar mundial en emisiones de dióxido de carbono, con 28 por ciento del total. Estados Unidos va en segundo puesto con 15 por ciento, y después India con 7, Rusia con 5 y Japón con 3 por ciento.
De entre la veintena de naciones destacadas, México figura entre las que menos dióxido de carbono aportan al calentamiento global: 1 por ciento. Parece poco, pero es mucho considerando que el resto de los países (más de 150), en conjunto representan 21 por ciento.
Los asistentes a la COP26
A Glasgow acudirán delegaciones nacionales integradas por cientos de diplomáticos y científicos, así como ministros de temas ambientales y en algunos casos, jefes de Estado.
Será significativa la presencia de Joe Biden (Estados Unidos), Boris Johnson (Reino Unido), Emmanuel Macron (Francia), Narendra Modi (India) y Justin Trudeau (Canadá), tanto como las ausencias de Vladimir Putin (Rusia), Xi Jinping (China), Jair Bolsonaro (Brasil) y Andrés Manuel López Obrador (México).
Por el rol histórico que han desempeñado en este problema y por su poderío económico, la atención se fijará en los países industrializados. Se espera de ellos la máxima respuesta: nuevos compromisos en la lucha contra la emisión de gases y apoyo financiero a los países en vías de desarrollo para que también puedan cumplir los compromisos adquiridos.
También acudirán a Glasgow académicos, empresarios y ambientalistas como Greta Thunberg, la sueca de 18 años cuyo activismo representa a quienes por su juventud serán quienes pagarán las consecuencias de lo que hayan hecho, o dejen de hacer, las generaciones previas.
El escepticismo de Greta sobre los discursos oficialistas no sorprende, pues los líderes políticos y gobernantes del mundo entero suelen decir lo que no hacen, y hacer lo que no dicen.
En una de las últimas notas previas a la COP26, Greta se burló de quienes hasta ahora han tomado decisiones insuficientes para corregir la tendencia climática: “todo es blablablablabla y más blablablabla”, dijo.
Décadas de alerta por daño ambiental
El recuento de las iniciativas internacionales en favor de la ecología que han quedado truncas puede generar un sentimiento negativo y pesimista sobre el futuro del planeta. Pero quizá los intentos frustrados son parte de la “curva de aprendizaje” del ser humano o, mejor dicho, de su proceso de romper hábitos y costumbres que en este caso se remontan a hace más de 200 años.
Cambio climático y calentamiento global eran conceptos casi inimaginables a fines del siglo XVIII, cuando las rudimentarias máquinas de vapor que funcionaban a partir de la combustión de carbón, en Inglaterra, hicieron viable la llamada Revolución Industrial. Esta significó el declive de los talleres caseros y el reinado de las modernas fábricas, que podían transportar sus productos en ferrocarriles de varios vagones que reemplazaron a los vehículos de tracción animal.
Allí empezó todo. La producción masiva ya nunca se detuvo, al contrario, se extendió a otros países en los siglos subsecuentes y siempre con la quema de combustibles fósiles (carbón, gas, petróleo) como recurso idóneo para producir la energía necesaria en cualquier actividad.
Sin sospechar la magnitud del problema futuro, en el siglo 19 y la primera mitad del 20 los países más ricos iban llenando la atmósfera de dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero, generado por sus industrias y sus estilos de vida.
Para fines de los años cincuenta, ya había científicos señalando el probable riesgo para el planeta por el calentamiento de la temperatura global a causa del dióxido de carbono en la atmósfera derivado de la actividad humana.
Pero los gobiernos y las industrias no reaccionaron sino hasta la década de los noventa, a regañadientes la mayoría de las veces. Son más de dos siglos del progreso industrial y más de seis décadas desde que se dio la señal de alerta.
Países en disyuntiva
Para un país como Uganda es imposible invertir en tecnologías de energía limpia cuando está obligado a cumplir con pagos de deuda externa; de hecho, no le queda otra opción que intensificar la extracción de combustibles fósiles para generar divisas.
La situación de Rusia también es compleja. Cuenta con grandes reservas de combustibles fósiles que mediante la exportación le reportan vastos recursos económicos y le otorgan una enorme influencia geopolítica. Además, su población de millones de personas en regiones heladas requiere calefacción durante largos inviernos… ¿Vladimir Putin estará de acuerdo en cambiar a energías limpias y reducir la extracción y venta de carbón, gas y petróleo?
Tal vez el caso de México es similar al de Rusia: si no aprovecha los 30 o 40 años que quedan de “vida” a los combustibles fósiles, el país perderá una oportunidad muy valiosa en términos económicos, de allí la apuesta por la nueva refinería en Veracruz y la intensificación en exploración y explotación petrolera.
Ambos, Rusia y México, firmaron el Acuerdo de París en 2015 y participan en la COP26, pero ¿hasta qué punto estarán dispuestos a apegarse a los compromisos establecidos? ¿Y cuántos otros países se encuentran en disyuntivas semejantes?
En su momento, Donald Trump ordenó la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París y de las conferencias o congresos climáticos de la ONU.
Se trata de uno de los países con mayores reservas de combustibles fósiles y con negocios multimillonarios alrededor de su producción y comercialización, y también el principal “calentador” de la temperatura global de la historia.
Con la llegada de Biden a la presidencia, Estados Unidos regresó al Acuerdo de París. Pero el otro gigante industrial es China.
El crecimiento de su economía se sustenta en el consumo de combustibles fósiles de su propia producción o importados, necesarios para poner a trabajar (y producir) a sus cientos de millones de habitantes. A diferencia de Rusia, el desarrollo tecnológico de China probablemente le permitirá suscribirse con mayor éxito a sus compromisos renovados en la COP26.
Existen además países renuentes a firmar cualquier tratado, como Irán, aislado del panorama internacional pero que sigue siendo un productor importante de crudo, o Brasil.
Sin representación de ningún tipo, no sobra mencionar a los negacionistas del cambio climático, individuos cuya actividad en medios o redes sociales provoca dudas y confusiones a veces entre sectores amplios de la población.
Gas metano, otra fuente de contaminación
Además del dióxido de carbono, existen otros gases de efecto invernadero y otras fuentes de contaminación diferentes a las fábricas, sin relación directa con los motores de combustión interna ni con la quema de combustible fósil.
El caso más llamativo y de importancia considerable es el de las vacas y ovejas, cuya producción de gas metano durante su proceso digestivo tiene efectos negativos para la temperatura global.
Aunque las estimaciones varían, la aportación del gas metano de estos animales a las emisiones de efecto invernadero derivadas de la actividad humana llega hasta 14 por ciento. Y sucede que el metano supera al dióxido de carbono 25 veces en cuanto a capacidad para atrapar el calor.
En ese rubro, el gas metano resulta peor, pero la “ventaja” es que se diluye y pierde su efecto mucho antes que el dióxido de carbono, por ello resulta conveniente enfocar esfuerzos en disminuir su producción. Habría que modificar la digestión del ganado vacuno, o bien, convencer a la gente de consumir menos carne y leche.
Si las metas que se establezcan en la COP26 se cumplen a satisfacción, parte del daño podría ya ser irreversible. Pero la esperanza siempre ha sido un impulso poderoso a partir del cual la humanidad se ha reinventado una y otra vez. Que así sea de nuevo.