Para el empoderamiento femenino es indispensable que se reduzca en México la desigualdad salarial de género y que las mujeres mexicanas ganen lo mismo que los hombres que hacen el mismo trabajo
Hace unos días celebramos la conquista de las mujeres mexicanas al derecho al voto en el año de 1953, y la posibilidad de ejercerlo en 1955.
Sí… ¡hace apenas 65 años!
Esta conquista significó logros fundamentales en el ámbito de los derechos civiles de las mujeres y generó un impacto positivo en la vida colectiva de mujeres y hombres en nuestro país.
La posibilidad de participación política, de votar y ser votadas, fue un paso esencial para nuestra inclusión en la vida pública y para abrir espacios de realización de las mujeres a través del trabajo fuera de casa.
Sin embargo, en la actualidad, las mujeres todavía enfrentamos muchas restricciones para desenvolvernos de manera libre e igualitaria en el campo social, cultural, político y económico.
Un pendiente central es la igualdad salarial entre hombres y mujeres.
Es decir, misma paga por el mismo trabajo.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) señalan que “el acceso de las mujeres a actividades remuneradas y la reducción de las brechas de género existentes dentro del mercado laboral, es crucial para el crecimiento, la igualdad y la disminución de la pobreza en la región”.
La brecha salarial de género representa una de las mayores injusticias sociales en la actualidad y atenderla responde a dos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que marca la Agenda 2030 de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible. El objetivo 5, que hace referencia a la necesidad de lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y las niñas, para lo cual, la autonomía económica es un elemento fundamental.
Y por otro lado, el objetivo 8.5 que apuesta por la igualdad de remuneración por trabajo de igual valor.
Ambos objetivos subrayan que la igualdad de género no es solo un derecho humano fundamental, sino la base necesaria para alcanzar un mundo pacífico, próspero y sostenible.
Según la CEPAL y la OIT (2019), la igualdad de acceso entre hombres y mujeres en el ámbito del trabajo, no necesariamente significa la exigencia de los mismos niveles de tasas de participación, sino que, de haber tasas más bajas de participación laboral femenina, éstas sean el resultado de preferencias genuinas y no de condicionamientos culturales, expresiones de poder desigual entre los miembros de los hogares, restricciones del mercado u otros factores limitantes.
Es común todavía que los roles tradicionales de género establezcan como tarea exclusiva de las mujeres, el cuidado del hogar y de sus miembros. Se trata de roles enseñados y aprendidos desde la infancia por hombres y mujeres, que se van asumiendo como parte natural de lo que somos como personas, sin cuestionar en muchas ocasiones el impacto que esta socialización de género tiene en el desarrollo y la autonomía de unos y de otras.
Y para muestra bastan algunos datos: sólo el 45 por ciento de las mujeres mexicanas en edad de trabajar están empleadas de manera formal. México tiene la tercera tasa de empleo femenino más baja de la OCDE, cuyo promedio es del 60 por ciento. Los hombres, por el contrario, tienen una tasa de empleo del 79 por ciento, lo que coloca a México como uno de los países de la OCDE con mayor brecha de género en la empleabilidad.
El Informe Mundial sobre Salarios de la OIT (2019) revela que en promedio, las mujeres siguen ganando aproximadamente un 20 por ciento menos que los hombres
Arceo-Gómez refiere que, cuando las mujeres deciden trabajar fuera del hogar, no están exentas de la responsabilidad de cubrir también las labores domésticas. Es por ello que se habla de una doble o triple jornada laboral de las mujeres, pues deben asumir el trabajo fuera de casa, y otra jornada igual o más amplia dentro de ésta.
Trabajo no visibilizado, ni reconocido social o económicamente (no remunerado), pero que representa el 23.5 por ciento del PIB y resulta vital para el buen funcionamiento de la sociedad y el bienestar colectivo e individual.
El Informe Mundial sobre Salarios de la OIT (2019), que estudia las dinámicas laborales en 70 países, tomando en consideración al 80 por ciento de las y los empleados asalariados de todo el mundo, muestra que, en promedio, las mujeres siguen ganando aproximadamente un 20 por ciento menos que los hombres.
Este informe plantea que, en la mayoría de países, la educación no es el problema principal: las mujeres asalariadas de todo el mundo tienen el mismo ―si no es que mejor― nivel educativo que los hombres.
Sin embargo, la segregación ocupacional (representación de hombres y mujeres en las diferentes ocupaciones: trabajan en sectores distintos y ocupan cargos diferentes), y la división de los trabajadores por género en las industrias y en los distintos sectores económicos son factores clave de esta diferencia salarial.
Las mujeres están subrepresentadas en categorías tradicionalmente ocupadas por hombres y cuando asumen puestos o trabajos similares, se les sigue pagando menos que a estos, aun cuando su nivel educativo sea igual o mejor que el de los hombres.
Otro estudio, elaborado por Global Shapers indica que, dentro del mercado laboral mexicano, las mujeres ganan en promedio 30 por ciento menos que los hombres, y esto se replica en los puestos laborales con mejores salarios.
En cuanto a los trabajadores que reciben más de cinco salarios mínimos mensuales, 70 por ciento son hombres y 30 por ciento son mujeres, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del 2016.
De igual forma en posiciones gerenciales, la mujer cuenta con una representación del 34 por ciento. Los estudios señalan centralmente dos causas: la primera, tiene que ver con una discriminación salarial por género, ya que las mujeres perciben en promedio salarios 22 por ciento menores que sus contrapartes masculinas con la misma experiencia, preparación y nivel de responsabilidad.
La segunda relacionada con el hecho de que las mujeres tienen menor oportunidad real de acceder a puestos de alta responsabilidad.
La brecha se encuentra presente en todos los tipos de empresas y para todos los niveles de responsabilidad, con algunas excepciones en los más altos.
Hay estudios incluso que explican, que las brechas son más grandes entre los trabajadores más pobres y los trabajadores más ricos, lo que expresa que la brecha en salarios promedio oculta una realidad sobre cómo se distribuyen las desigualdades de género.
Estas desigualdades reflejan que, debido a su participación central en las tareas de cuidados, las mujeres buscan empleos con horarios flexibles, que les permitan seguir asumiendo dichas tareas, y al buscar esa flexibilidad de horario, sacrifican parte de su remuneración económica por un trabajo con esta característica.
Por otro lado, se encuentra el hecho de que las mujeres tienen menos oportunidades reales de acceder a puestos directivos.
Un reporte de McKinsey & Company (2018) señala que en México las mujeres tienen tan solo el 5 por ciento de las posiciones en los comités ejecutivos de las empresas y solo el 6 por ciento de representación en las juntas directivas de estas empresas.
Uno de los obstáculos más grandes para que las mujeres gocen de mayor autonomía y libertad en sus decisiones económicas y personales tiene que ver con su baja tasa de participación en el campo laboral y profesional
Estos son lo que se conoce como “techos de cristal” en el mercado laboral, barreras invisibles que impiden a las mujeres acceder a puestos de mayores desafíos profesionales, mayor responsabilidad y mejor remuneración.
Uno de los obstáculos más grandes para que las mujeres gocen de mayor autonomía y libertad en sus decisiones económicas y personales tiene que ver con su baja tasa de participación en el campo laboral y profesional.
Esto se relaciona a su vez con la posibilidad de que tengan control sobre su vida, y desarrollen capacidades que les permitan resolver las problemáticas que ellas consideren apremiantes, de manera asertiva y desde su propia mirada.
En este sentido, la exigencia social de los cuidados como responsabilidad exclusiva de las mujeres es una gran limitante para su independencia y autonomía, y requiere la acción corresponsable de la sociedad y del Estado en la sensibilización de los varones para que asuman equitativamente su compromiso en la crianza, cuidados y tareas del hogar, así como en la creación y apertura de espacios adecuados y accesibles, para la atención infantil, como estancias y guarderías, que garanticen a las mujeres la posibilidad de insertarse en el mundo laboral y profesional, si así lo deciden.
El acceso al mercado laboral remunerado está relacionado con la autonomía de las mujeres en el sentido más amplio, entendiéndola como el desarrollo de capacidades para gobernarse a sí misma, y decidir libremente sobre su vida personal y familiar.
La autonomía económica es un pilar fundamental en este desarrollo y, por definición, implica que estas perciban ingresos dignos y suficientes para superar la pobreza, salir adelante y disponer de su tiempo para capacitarse, acceder al mercado laboral, crecer profesional y personalmente, participar activamente en el espacio público, en la vida política y comunitaria, así como dedicarse a sus seres queridos como una elección y un compromiso personal, sin que esta dedicación se transforme en una barrera para alcanzar sus aspiraciones de desarrollo personal. Transformar esta realidad social nos exige compartir la tarea de subsanar las brechas de desigualdad salarial por razón de género, reconociendo que, al hacerlo, tendremos el doble y no la mitad de lo que hoy tenemos. La igualdad nos está esperando en este momento y no podemos darle plantón.
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