- La autora propone en este artículo integrar el derecho urbanístico y la perspectiva de género para transformar Monterrey en una ciudad inclusiva, promoviendo la movilidad de las mujeres mediante un diálogo entre abogadas y urbanistas que supere el modelo cochista.
Cuando me preguntan, digo que vivo en Monterrey.
Es una mentira piadosa para que personas del resto del país entiendan en qué ubicación geográfica encontrarme.
Pero ese “Monterrey” en el imaginario de muchos connacionales en realidad son en realidad varias ciudades que en pocas décadas se vieron rodeadas unas por las otras.
En el día a día nos movemos de una a otra, fingiendo que vivimos en un solo lugar. Habitar el área metropolitana es ser una viajera constante, con todo lo que ello implica: las dinámicas cambian, los espacios cambian, incluso las reglas cambian.
¿Cómo pensar en un derecho a la ciudad cuando habitamos más de una todos los días?
Nuestra marcha urbana nos abruma como a mucha gente le abruma el derecho.
Ambas cosas parecen objetos hieráticos, fijos, incambiables y que no están sujetos a discusión. Se cumplen porque sí: como si fuesen artículos de una ley, los puentes, muros, edificios y avenidas parecieran ser monstruos que se aplican sin que nuestra opinión pueda hacer mucho para evitarlo.
Pero al igual que el derecho, las ciudades cambian constantemente. Siempre digo que si lo que nos preocupa es que “Monterrey” nunca cambie, podemos vivir tranquilos: va a cambiar. Siempre cambia.
La pregunta es hacia qué dirección irá ese cambio.
Y es así donde nuestra acción política tiene un impacto clave.
El derecho urbanístico es una de las ramas del derecho más curiosas que existe.
La gran mayoría de los abogados y las abogadas suelen ignorar el tema. Algunos, a lo mucho, conocen los trámites y requisitos mínimos para conseguir un permiso de construcción, o conocen los pormenores de un contrato de compraventa de inmueble.
Pero la realidad es que las personas expertas en derecho urbanístico suelen ser, valga la redundancia, urbanistas o arquitectos.
Esta falta de diálogo y de involucramiento en las cuestiones urbanas ha sido uno de los principales obstáculos para que las discusiones en torno a las problemáticas urbanas puedan ser asumidas desde una perspectiva jurídica.
Un ejemplo claro es la perspectiva de género en el acceso a los espacios públicos, principalmente los espacios peatonales.
La Perspectiva de Género en el Urbanismo: Un Enfoque Necesario
Desde hace décadas que figuras como Jane Jacobs o Leslie Kern han planteado cómo las mujeres habitamos las ciudades de forma diferenciada, y de cómo los cuidados parecieran ser incompatibles con los espacios de tránsito, los parques o el transporte público.
Y la razón es obvia y conocida, pero no por ello menos reveladora: las ciudades no están diseñadas para nosotras.
Pero habría que preguntarse qué tanto estos análisis han trascendido a las normas, reglamentos e instrumentos de planeación urbana. Por un lado, el urbanismo ha incorporado una visión feminista al momento de analizar y evaluar los problemas urbanos.
Por el otro, el derecho ha desarrollado ríos de tinta para hablar de la perspectiva de género y de cómo las normas deben considerar los contextos diferenciados de cada vivencia basadas en los cuerpos que habitan y de cómo son leídos por la sociedad.
Pero por alguna razón, hay un vacío donde debiera existir un punto de contacto interdisciplinario.
¿Es posible incorporar la perspectiva de género urbanística a los instrumentos jurídicos de planeación urbana, no como meros principios que se enuncian con heroísmo sin traducirse a lo concreto, sino como verdaderas estrategias puntuales que impongan un saldo mínimo para la movilidad de las mujeres que cuidan en una ciudad como Monterrey?
Es posible.
El problema es que eso llevaría a replantearnos mucho más que solo las dinámicas de género, sino otras bases que pueden ser igual o mucho más controversiales (como lo puede ser el modelo cochista de ciudad al cual seguimos aspirando).
Sea como sea, la falta de un diálogo entre personas abogadas y urbanistas mantiene un silencio imperdonable que debería ser atendido para que pasemos del sueño a las decisiones concretas en materia urbana que tanto urgen en este cúmulo de ciudades que amamos como si fuesen una sola.