- La crisis de agua en Monterrey de 2022 expuso las fallas en la gestión hídrica y su impacto en el desarrollo urbano. Este artículo analiza los desafíos jurídicos, la deficiente administración del recurso, la contaminación de cuerpos de agua y la falta de planeación a largo plazo.
La crisis hídrica de Monterrey en 2022 expuso claramente la vulnerabilidad del sistema de gestión del agua en una de las zonas metropolitanas más dinámicas del país.
A pesar de la magnitud del problema, sus efectos no se limitan al pasado reciente, sino que continúan vigentes en la vida cotidiana de la población y en la planeación urbana de la región.
El acceso al agua dejó de concebirse como un asunto meramente técnico, pues hoy se reconoce como un componente central en la organización social, la definición de políticas públicas y la garantía de derechos.
¿Qué causó la crisis hídrica en Monterrey?
El problema no radica únicamente en la escasez natural del recurso, sino en la deficiente administración por parte de las autoridades competentes.
La falta de planeación a largo plazo, la ausencia de coordinación interinstitucional y la nula actuación frente a situaciones críticas, como la contaminación de ríos y cuerpos de agua, han agudizado la problemática.
Ejemplos recientes, como las denuncias por descargas contaminantes en el río Ayancual, en Pesquería, Nuevo León, muestran que aun cuando se evidencian afectaciones al recurso, la respuesta institucional suele ser lenta o inexistente.
Impacto de la crisis en el Desarrollo Urbano
Esta situación repercute directamente en el desarrollo urbano. Los procesos de otorgamiento de concesiones, licencias y permisos para proyectos inmobiliarios enfrentan un contexto de incertidumbre, pues no existe una política clara que defina la capacidad real de la ciudad para sostener nuevas construcciones sin comprometer aún más la disponibilidad del agua.
Cabe recordar que en la reforma constitucional publicada en el Diario Oficial de la Federación el 8 de febrero de 2012, se reconoció el derecho humano al acceso, disposición y saneamiento de agua para consumo personal y doméstico. Surge entonces la pregunta: ¿deben las limitaciones hídricas frenar el crecimiento urbano o más bien obligar al Estado a replantear de manera urgente su modelo de gestión?
¿Quién es responsable de la crisis hídrica?
Al mismo tiempo, resulta ineludible cuestionar quiénes deben asumir la responsabilidad frente a la crisis: ¿las autoridades que han administrado de manera deficiente el recurso?, ¿los desarrolladores que impulsan proyectos sin considerar el impacto en la infraestructura hídrica?, ¿o la sociedad en general, que sufre las consecuencias de estas omisiones?
Tal vez también deba reconocerse que la sociedad no ha exigido lo suficiente, o no ha sabido hacerlo, para garantizar una gestión adecuada.
Lo cierto es que, mientras estas interrogantes permanecen sin respuesta, la población continúa siendo la principal afectada, enfrentando desigualdades en el acceso a un derecho fundamental esencial para la supervivencia del ser humano.
El caso de Monterrey pone en evidencia que el agua no es un obstáculo aislado en el desarrollo urbano, sino un elemento central que debería orientar las decisiones de planeación y gestión pública.
La ausencia de acciones firmes frente a la contaminación, la falta de sanciones efectivas y la carencia de una política integral en torno al recurso muestran que el verdadero problema no está en la naturaleza, sino en la forma en que el Estado ha decidido, o dejado de decidir, sobre el manejo del agua.
En este sentido, más que pensar en soluciones inmediatas, conviene abrir un espacio de reflexión sobre la responsabilidad jurídica y política de los actores involucrados.
El reto no es únicamente técnico, sino normativo y ético, garantizar que la administración del agua se encuentre a la altura de la importancia que tiene para la vida urbana y para el pleno ejercicio de los derechos fundamentales.